L’Esperanza ha volgut compartir la seva experiència per tal d’ajudar a visibilitzar els sentiments i emocions que sent una dona durant un embaràs de risc, difícil o complicat. A l’angoixa que sentia per la salut de la seva filla, s’hi sumava la solitud i la incomprensió. Li agraeixo enormement la seva generositat.
“Un 12 de julio fui a mi revisión ginecológica y ahí ven una manchita, una posible bolsa embrionaria o algo que estudiar en caso de test de embarazo negativo. Esa manchita era dudosa por su posición, estaba situada en un extremo, y si el test de embarazo daba positivo estábamos hablando de un posible embarazo ectópico.
Comienzan mis nervios, si estaba embarazada tendría que abortar en caso contrario a qué podría estar enfrentándome.
A la mañana siguiente me hago el test e instantáneamente salió positivo. Siguiendo las indicaciones de mi ginecólogo nos dirigimos al hospital, recuerdo ese viaje como si de un entierro se tratase, caras tristes, autoconvenciéndonos de que este era el “mejor” de los resultados. Una vez en el hospital 5 ginecólogos empiezan a revisar mi caso, todos centrados en esa pantalla, siempre contraria a mí, mis nervios iban en aumento, me piden que me vista y salga a la consulta. Allí directamente me dan la enhorabuena y que empiece con el ácido fólico, mi estado de shock era real, no sabía articular palabra, estaba embarazada? No tendría que abortar? Me estaba pasando esto de verdad?
Al salir del hospital mis padres y mi pareja me esperaban, todos lloramos de alegría, empezamos a llamar a los más cercanos para dar la gran noticia. Todo era alegría, los nervios típicos de una embarazada pero lo normal, ni sueño se estaba cumpliendo, iba a ser mamá, la etapa más deseada y bonita para mí por fin había llegado a mi vida.
Recuerdo que en esas primeras semanas mi mente estaba centrada en llegar a la semana 12, parecía que si salía de ahí ya esos nervios y ese miedo al tan temido aborto se irían.
Pasaban las semanas y cada día más feliz, hasta que un viernes noche cenando noté como algo me mojaba, fui al baño y mi mayor temor estaba ahí, el papel blanco al que siempre miraba cuando me limpiaba estaba manchado de sangre. Nos fuimos al hospital, estuvimos esperando casi 2 horas a que me atendieran, mientras tanto no paraba de sangrar, mis nervios iban en aumento. Siempre había escuchado que si sangras es un aborto y la cantidad de sangre que yo estaba expulsando no era para menos. Cuando por fin me ven, me comunican que tengo un hematoma, reposo absoluto, pastillas de progesterona y a esperar a que dejase de manchar.
Era la semana 10, la cosa se me iba a hacer larga hasta la 40.
En la semana 12 fui a la ecografía (según todo el mundo, la más importante). Salimos felices de ver a nuestro bebé, nos dijeron que parecía una niña, qué alegría, lo que yo quería!. En ese momento me hacen mis analíticas y palabras textuales de la ginecóloga, “si no te llamamos está todo bien”, era un jueves, el lunes a las 9 de la mañana me llaman del hospital, “Esperanza?, Por favor ven nada más que puedas, tenemos que hablar contigo”.
Sabía que esa llamada no era para darme buenas noticias, algo iba mal, pero ¿qué podía ser? ¡En la eco todo estaba perfecto!
Al llegar la ginecóloga fue muy clara y contundente, a veces se agradece, pero qué duro es tener que escuchar esas palabras. “Esperanza, nos sale en su cribado que su bebé trae un riesgo alto de Síndrome de Edward”. Jamás había escuchado hablar de este síndrome, cuando la doctora entró en detalles de la enfermedad no sabía cómo reaccionar, mi cuerpo se quedó frío, sin saber reaccionar, salí con una cita para hacerme unas pruebas de ADN y descartar dicho Síndrome.
Los resultados me lo darían en diez días, diez días que serían eternos para mí, intentando estar serena y fingiendo estar feliz de estar embarazada, porque claro, no se te ocurra decir que no estás feliz, “si es la etapa más bonita”, “si tienes que disfrutarlo, que se pasa muy rápido”… Cuando me decían esto a mí se me partía el corazón, yo que llevaba ya 2 semanas sin poderme mover de casa, yo que no sabía si mi bebé traería un síndrome gravísimo, yo que lo único que quería era olvidar que estaba embarazada por si tenía que interrumpir mi embarazo o lo perdía no me doliera tanto.
Llegó el 11 de septiembre, me dan mis resultados y por fin, todo estaba bien! No podía parar de llorar, aunque tuviera que seguir con mi reposo ya lo viviría de otra manera, mi niña estaba sana! Digo mi niña porque ahí nos confirmaron que traíamos a una niña, Carmen.
Siguen pasando las semanas, sigo manchando, ya acostumbrada, aunque con ganas de poder presumir de barriguita y salir a la calle. En la semana 19 al fin llegó ese momento, me dicen que no hay hematoma y que la niña está perfecta, que lleve una vida tranquila y sin esfuerzos pero que puedo salir.
Qué felicidad, voy a poder disfrutar de mi embarazo, la siguiente semana tengo la eco de las 20 y ya a disfrutar de lo que queda. Qué ilusa…
Llegué a mi ecografía feliz, pero volví a salir con ese nudo que pensaba que no tendría más. “Su niña trae el fémur 2 semanas más pequeño, la mandaremos a diagnóstico prenatal, allí la verán y le dirán qué hacer”
Cuando voy a diagnóstico prenatal me ven y automáticamente me recomiendan la amniocentesis, esa prueba que tanto miedo me daba. Me dan 5 minutos para pensarme si quiero hacérmela o no y vuelven a ser súper claros a la hora de explicarme a qué me enfrentaba y a qué se podía deber ese retraso de crecimiento.
“Su hija puede ser enanita o sufrir displasia esquelética, piense en qué quiere hacer con esta prueba porque también le digo que si se la hace y sale con alguna enfermedad ya no puede abortar por el tiempo del que estás, así que ¿qué quiere hacer con ese resultado?”
Ese frío paralizador me volvió a invadir, no me importaba que me hija tuviera esa enfermedad, podría ser una niña feliz e independiente, pero necesitábamos saberlo para poder descansar o en el caso contrario empezar a buscar los mejores médicos para Carmen y poderle dar la mejor vida. Así que nos hicimos la prueba.
Recuerdo que desde ese momento mi mente empezó a estar en calma, lo que tuviera que ser ya era y vendría a estar con nosotros. Pero a la misma vez rezaba para que por favor no trajera nada.
Semana 26, nos dan los ansiados resultados, ahí sí que estaba nerviosa, mi ginecóloga junto a una chica en práctica, me explican todo lo que han analizado, no entendía nada hasta que por fin me dijo: “Esperanza, ya puedes descansar, está todo bien, ya no hay más pruebas” tuve que preguntarle un par de veces porque no podía creerlo.
Recuerdo como le explicaba y le enseñaba a esta chica todo mi proceso, las mil pruebas, las mil ecografías, ahora me río, fui un buen caso práctico para esa chica jaja.
Desde esta semana tuve que ir semanalmente a revisión para controlar el crecimiento de Carmen, ahí me explicaron que si todo seguía bien en la 38 me lo provocarían, y nunca he tenido más ganas de que eso pasara. Deseaba con todas mis ganas que mi embarazo acabara, quería conocer a mi hija, verle su cara, pero sobretodo quería que esa pesadilla acabase.
En la 36, Carmen dejó de poner peso así que aguantamos hasta la 37 y el 22/02/2022 Carmen vino al mundo contra todo pronóstico, 2.030 kg de amor y 42 cm de ternura.
Durante esas 37 semanas me sentía incomprendida, sola, sin poder expresar lo que realmente sentía, porque si lo hacía ya estaban diciéndome “esas cosas no se cuentan”. Soy culpable de haber tenido idealizado el embarazo y Carmen vino para enseñarme que puede ser una etapa horrible con una recompensa enorme, y que jamás se olvida.
He aprendido a hablar sobre mi embarazo sin avergonzarme al decir que estar embarazada es lo peor que he pasado nunca.
Creo que hablar libremente sobre esta realidad ayuda a otras mujeres que puedan estar pasando por algo similar y no encontrarse en la misma soledad o igual de perdidas que yo.
Hay embarazos bonitos pero también existen embarazos como el mío y todas tenemos derecho a contar nuestra realidad sin ser juzgadas.
No somos peores madres ni mujeres por quejarnos, simplemente hemos vivido otra realidad diferente a la que nos cuentan e idealizan.”
Aquesta és l’experiència que l’Esperanza ha volgut compartir amb nosaltres.
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